Frank Bonilla custodio de la memoria desde el Bronx (1925-2010)

Cultura

09 enero 2011

Frank Bonilla custodio de la memoria desde el Bronx

Frank Bonilla documentó las vivencias de la diáspora

Por Arcadio Díaz Quiñones / Especial El Nuevo Día

Ha muerto Frank Bonilla (1925-2010). Fue una figura clave en la construcción de la memoria de la diáspora puertorriqueña y, por tanto, de una visión más densa y más rica de nuestra historia.

Él mismo encarnaba la complejidad de esa experiencia. Hijo de emigrantes, se crió en Nueva York, y se graduó de la Morris High School del Bronx. Su formación universitaria -como la de tantos puertorriqueños de su generación- fue posible gracias a los beneficios otorgados a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial.

Estudió en City College, y después obtuvo un doctorado en Sociología en Harvard. Más tarde, su carrera profesional y sus perspectivas maduraron por su estancia y sus investigaciones en América Latina. Antes de su retorno a Nueva York, fue profesor en Stanford University.

La fundación del Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College fue una de las pasiones de su vida. Sin su tesón y capacidad para forjar alianzas y para bregar con el desdén hacia las clases trabajadoras puertorriqueñas, el Centro no se habría consolidado. Gracias a él y a sus muchos colaboradores, entre los que hay que mencionar a Nélida Pérez, Juan Flores y Ricardo Campos, el Centro llegó a ser una institución indispensable. Alberga uno de los principales archivos puertorriqueños, ofrece un lugar de encuentro para el diálogo sobre los desafíos actuales del mundo latino, y sus publicaciones son un espacio importante para la reflexión.

Tuve la fortuna de conocer a Bonilla personalmente en Nueva York a principios de los años setenta. Su voz era ya un punto de referencia para todos los que nos iniciábamos entonces en la vida intelectual. Lo recuerdo como una persona generosa, de expresión clara pero contenida, y de firmes convicciones socialistas. Eran años de gran efervescencia en los que cristalizaron instituciones como el Museo del Barrio, Hostos Community College, Aspira y el propio Centro. Todos esos proyectos fundacionales fueron marcados en mayor o menor grado por la oposición a la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, y las movilizaciones de los Young Lords.

En el clima radicalizado por las confrontaciones del movimiento afroamericano de los derechos civiles, en la Isla y en las comunidades puertorriqueñas en Estados Unidos se formaron redes y grupos de escritores, artistas y militantes, incluidas las variantes autoritarias de la izquierda. Uno de los núcleos unificadores lo fue sin duda la necesidad de replantear la cuestión colonial y de someter a crítica las exclusiones de los proyectos de nación. A pesar de las discrepancias, los animaba la creencia en la utopía de un mundo más justo.

Bonilla contribuyó infatigablemente a tejer esas redes. Intervino en los debates políticos y culturales construyéndose como un intelectual orgánico. Sabía escuchar, y a la vez mantenía sin alarde una distancia crítica. Desconfiaba del protagonismo, prefiriendo jugar el papel de mediador en el trabajo colectivo. En esos años, las publicaciones que lo definieron con mayor claridad fueron las realizadas por la History Task Force.

En ellas se dibujaba un nuevo mapa de las migraciones puertorriqueñas en el que cada documento incitaba a investigar. Podría decirse que a partir de la institucionalización del Centro de Nueva York, y en la isla del Centro de Estudios Puertorriqueños (CEREP), el proyecto de una historia social de la cultura se convirtió en una corriente de interpretación con fisonomía propia.

Hace unos meses vi de nuevo el poderoso documental sobre la esterilización de las mujeres puertorriqueñas de Ana María García. Me conmovió reencontrar ahí a Bonilla y confirmar la lúcida intensidad de sus intervenciones. Era su virtud. Escuchar su voz me hizo recordar todo lo que le debemos.

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